El hombre en busca de sentido
– Viktor E. Frankl
En un mundo
que se mueve a velocidades vertiginosas, donde los titulares premian al
unicornio más reciente y los indicadores financieros parecen dictar el valor de
todo, hay una pregunta que rara vez se formula en voz alta: ¿por qué hacemos lo
que hacemos? No desde la lógica de la eficiencia, sino desde la profundidad del
sentido.
El libro El
hombre en busca de sentido, del neurólogo y psiquiatra austríaco Viktor
Frankl, no es un manual de negocios, ni un tratado sobre estrategia. Es un
testimonio existencial escrito en los rincones más oscuros de la historia
humana: los campos de concentración nazis. Y, sin embargo, su mensaje resuena
hoy más que nunca en salas de juntas, pitch decks, y emprendimientos emergentes.
Porque nos recuerda algo esencial: sin un propósito claro, el individuo y la
organización están condenados a la desorientación, al agotamiento y a la
fragmentación.
I. El sentido como motor en tiempos de adversidad
Frankl
observó que aquellos que lograban encontrar un sentido, incluso en medio del
sufrimiento más brutal, eran quienes más posibilidades tenían de conservar su
humanidad. Esta afirmación se ha convertido en uno de los pilares de la
logoterapia: la búsqueda de sentido como la motivación fundamental del ser
humano.
En mi
experiencia como emprendedor en América Latina, he sentido en múltiples
ocasiones el eco de esta enseñanza. Construir una empresa desde valores éticos
en un entorno donde la informalidad, la indiferencia institucional y la lógica
cortoplacista son moneda corriente, no solo es complejo: es extenuante. Hay
momentos en que los indicadores van en contra, en que el esfuerzo no se traduce
en resultados inmediatos, en que el sistema parece penalizar precisamente
aquello que intentamos rescatar: la integridad, la sostenibilidad y la
coherencia.
En esos
momentos, cuando lo externo no da señales de avance, lo único que queda es la
convicción profunda de que lo que uno hace tiene sentido, aunque nadie más lo
vea aún. Esa es la verdadera resiliencia. No la que aguanta por aguantar, sino
la que se sostiene en un propósito más grande que el ego o el beneficio
económico.
II. Negocios con alma: ¿moda pasajera o exigencia
estructural?
Durante
mucho tiempo, el "propósito" fue un elemento ornamental dentro de las
organizaciones. Un componente de la misión institucional, cuidadosamente
redactado para lucir bien en los informes o en la página web. Pero no estaba
realmente integrado en la toma de decisiones, ni en la cultura, ni en el modelo
de negocio.
Sin embargo,
hoy estamos presenciando un giro estructural. Las generaciones emergentes no
solo consumen distinto: piensan distinto, trabajan distinto y exigen coherencia.
Para ellas, el impacto social y ambiental de una empresa no es un añadido
opcional, sino una condición de legitimidad. Y los mercados están respondiendo.
Fondos de inversión de impacto, criterios ESG (ambientales, sociales y de
gobernanza), empresas B, y nuevas certificaciones están consolidando este cambio.
Más allá de
las tendencias, lo esencial es entender que una empresa con propósito claro
tiene una ventaja competitiva invisible pero poderosa: cohesión interna,
narrativa fuerte, atracción de talento con afinidad auténtica, toma de
decisiones más ágil y alineada. No se pierde tiempo en debates superficiales
porque hay un norte que no cambia con el clima.
III. Propósito, liderazgo y salud mental: un triángulo
invisible
Uno de los
aportes más profundos de Frankl es la noción de vacío existencial. Ese
sentimiento de falta de dirección, de desconexión con uno mismo, que se
disfraza de ansiedad, de adicciones, de hiperactividad. En el mundo de los
negocios, este vacío se manifiesta con claridad: burnout masivo, rotación
crónica de personal, culturas laborales tóxicas y líderes emocionalmente
desconectados.
Un
emprendimiento sin propósito profundo se convierte rápidamente en una prisión.
Y un líder sin propósito es una carga para su equipo, incluso sin quererlo.
Porque toma decisiones sin coherencia, proyecta incertidumbre, y transmite más
desgaste que visión.
El
propósito, en cambio, actúa como una fuente de salud psíquica colectiva.
Le da sentido al sacrificio, convierte el esfuerzo en construcción, y el
cansancio en inversión. Un equipo que siente que trabaja por algo más grande
que un salario, encuentra una fuerza que no puede comprarse.
IV. Preguntas radicales para empresas con sentido
Si queremos
construir modelos económicos distintos, necesitamos preguntas distintas.
Inspirado en Frankl, propongo algunas preguntas que toda organización —grande o
pequeña— debería responder con radical honestidad:
- ¿Qué
vacío estamos ayudando a llenar en el mundo?
- ¿A
quién servimos realmente, más allá del cliente?
- ¿Cuáles
son las decisiones que no estamos dispuestos a tomar, incluso si fueran
rentables?
- ¿Dónde
se refleja nuestro propósito en lo cotidiano?
- ¿Qué
historia queremos que cuenten sobre nosotros cuando ya no estemos?
Estas
preguntas no son ejercicios retóricos. Son herramientas de gestión existencial.
Porque una empresa sin propósito no solo se arriesga a perder clientes. Se
arriesga a perder el alma.
V. El futuro pertenece a quienes construyen con
propósito
El mundo
está atravesando crisis superpuestas: ecológicas, sociales, psicológicas. Y los
negocios no son espectadores. Son protagonistas. Frente a eso, tenemos dos
opciones: repetir los modelos que nos trajeron hasta aquí, o atrevernos a construir
empresas como actos de sentido.
Viktor
Frankl nos enseñó que no podemos elegir lo que nos ocurre, pero sí cómo
respondemos a ello. En el mundo empresarial, esa enseñanza es más actual que
nunca. Podemos elegir responder con propósito. Y construir desde allí, no como
estrategia de marketing, sino como declaración de existencia.
No se trata de
romantizar el propósito. Se trata de comprender que en un mundo complejo, ambiguo
y lleno de desafíos, el propósito no es un lujo, es una necesidad estructural.
Es la diferencia entre sobrevivir y transformar, entre hacer negocios y dejar
huella.
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