Libertad emocional


Las personas que logran desarrollar una respuesta anticipada a ciertas emociones tienen una mayor probabilidad de obtener resultados positivos. La capacidad de procesar los hechos cotidianos, a través de la percepción, va a determinar la calidad de su experiencia en el mundo. Es decir, no importan tanto los sucesos sino los filtros y la actitud con los que se los trata. A las emociones hay que sentirlas y liberarlas, entenderlas, pero jamás temerlas o sobredimensionarlas. Cuando se toma conciencia de los motivos por los que se activan determinadas respuestas y de su función vital, las sensaciones extremas pierden su intensidad y es posible trascenderlas.  En ese sentido, aprender a gestionar las emociones es prepararse para una vida plena, ya que solo de esta manera es viable escribir una historia propia. Dicho de otra manera, empezar a vivir una existencia con creencias y valores firmes que permitan disfrutar cada experiencia o por lo menos, hacerlas más llevaderas y aprender para desenvolverse mejor en el futuro.

Si se logra ver a las creencias como el cristal a través del cual el mundo alrededor toma forma, será posible también dejar de vivir en un estado automático, inconsciente y reactivo. La llave de la libertad está siempre en el bolsillo de quien la pretende, existen límites pero siempre se pueden cuestionarlos y escoger una narrativa que se adapte a los objetivos que se quieren alcanzar. Esto no significa que se pueda controlar todo lo que ocurre en el entorno cercano ni le resta importancia a los valores, pero sí que se puede regular como se expresan las emociones para encontrar un equilibrio y, vivir de manera coherente y en armonía. De otro modo, cuando una persona no es consciente de los patrones de pensamiento (que se convierten en emociones), vive en un estado de conflicto interno casi permanente, una espiral negativa, que condiciona su conducta y, causa sufrimiento y frustración innecesaria a sus más cercanos y a sí misma.

Los individuos crean el ambiente en el que se desenvuelven y al asumirlo con la responsabilidad correspondiente, se vuelven conscientes de sus deberes y derechos. De esta forma, las emociones (que generalmente son ignoradas) pueden ser escuchadas libremente y al examinar que hay detrás de ellas, estas personas consiguen resolver los problemas que se proyectan en el día a día. Observarse a sí mismo conduce a la paz interior, a dejar de ser víctimas y ser responsables de las acciones propias, sin resentimientos o culpas. Para quien quiere cambiar su vida, el poder de elegir está siempre presente y la opción más conveniente es vivir desde la oportunidad. Cuando un ser humano es capaz de aceptar una situación, huye de la culpabilidad, se libera de todo rencor y resentimiento, y más importante aún, es capaz de observar su rol en dicha circunstancia lo que le permite recuperar su poder y deshacerse de creencias limitantes. La vida es generosa cuando se encuentra la paz.    

Los problemas son maneras de ver e interpretar la realidad. En otras palabras, cada uno es su propio carcelero, las cadenas, el candado y la llave. Una persona es esclava de sí misma mientras no logre verse desde afuera y pensar por encima de sus creencias. La conciencia es un estado de observación pura y la capacidad de crear una realidad propia. Al buscar la culpa o culpables como recurso para evitar ser responsables, se otorga poder a los demás, a la circunstancia y se pierde la libertad. Solo cuando se elimina la culpa, a través del perdón a uno mismo y al resto, es factible salir del victimismo y alcanzar la libertad emocional. A fin de cuentas, los prejuicios son filtros que afectan a la percepción de un todo, nadie tiene la culpa de estar aquí, sin embargo la vida no es una casualidad (existen demasiadas coincidencias para que una determinada situación se desenvuelva en la manera que lo hace). La vida tiene un sentido y puede ser utilizada para hacer de este mundo un lugar mejor.

Una persona coherente es una persona libre y esto se traduce en emociones e ideas claras, por lo que es capaz de ser consciente de sus estados emocionales. Por lo tanto, está preparada para observar sus emociones sin justificarlas o identificarse con ellas, lo que le permite ser más efectivo al momento de relacionarse o de ejecutar tareas en el día a día. Entiende a la percepción como la interpretación personal del entorno, como una realidad subjetiva, y esto le facilita un auténtico control propio, debido a que conoce lo que existe detrás de sus conductas y tiene la capacidad de escoger sus reacciones. Es común no poder aceptar que no se ven las cosas como son sino como se quiere verlas y asumir la percepción propia como una verdad absoluta, pero para prestar atención a lo que se tiene frente a los ojos, es necesario dejar de poner etiquetas o hacer valoraciones. A partir de ese momento, las soluciones empiezan a aparecer de manera automática.

La vida es una experiencia, cada individuo tiene el potencial de transformarla a través de un significado y decidir cómo vivir. Las personas conscientes cuentan con la capacidad de afrontar los problemas con serenidad, de reflexionar antes de tomar decisiones y de escuchar a sus emociones. Vivir con intención permite acercarse a los demás desde la compasión, aceptando la condición humana y más importante aún, reconociendo que el cambio reside dentro de cada uno. Existen situaciones incómodas, sin embargo lo que cuenta es la interpretación de las mismas, el aprendizaje y el uso que se le da a esa información. No se puede dejar de percibir, por lo cual es oportuno aprender de la percepción y todo lo que la condiciona. En el fondo, culparse a sí mismo y a los demás es un acto limitante, puesto que impide el desarrollo de habilidades innatas en el ser humano. Desde un estado de conciencia (y gracias al perdón) es probable que no exista nada que solucionar porque los conflictos desaparecen en el interior. Liberarse a uno mismo es liberar a los demás.



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